La castidad es una VIRTUD

Llamamos virtuoso, por ejemplo, a un pianista que ha logrado una excelencia en la ejecución de las piezas más difíciles. Lo que para nosotros parece imposible de alcanzar, él o ella han demostrado que es posible gracias al amor por la música, a su anhelo de alcanzar la perfección, a largas horas, días, meses y años de práctica y ejercicio. Lo que nosotros escuchamos maravillados, es el resultado final de tanto sacrificio y dedicación. El ser humano, gracias a la práctica, al esfuerzo personal y conjunto, al empeño, a la inteligencia, a la voluntad, etc., puede lograr hazañas que a primera vista parecen imposibles de alcanzar. Por ello, nadie puede decir –como tan fácilmente se dice hoy–, que es imposible vivir la castidad. No lo es. Si es imposible, es porque sencillamente no quieren vivirla, o creen que debería lograrse tan solo con apretar un botón.    

Nadie nace virtuoso. Alcanzar un alto dominio en un arte o disciplina requiere al hombre proponérselo con decisión inquebrantable, ejercitarse una y otra vez y perseverar a pesar de los obstáculos que encuentre o de las caídas que sufra. El virtuoso es aquél que jamás ha cedido al desaliento, desaliento que muchas veces sobreviene en el largo camino de la conquista de un arte o disciplina, y más aún en la conquista de sí mismo. Por eso decía Aristóteles: “No hay conquista más grande que la conquista de uno mismo”.

Nuestra voz “virtud” proviene de la palabra latina virtutem, y tiene su origen en la palabra “vir” = “varón”. Hace mucho que oigo a las mujeres quejarse de que el varón es “un animal” que “sólo piensa en eso”. Muchas mujeres se creen el cuento de que este hombre-animal “tiene necesidades” y que a ellas no les queda más que “satisfacerlas”, como si fuesen bebes a los que hay que alimentar para que dejen de llorar y estén tranquilos y satisfechos. Hacen pésimo pensando y actuando así, porque lo único que hacen es alimentar más aún su machismo y darles la razón: dándoles lo que “necesitan” los ayudan a afirmarse en este MITO: “el hombre tiene necesidades y necesita satisfacerlas”.

Sólo la virtud lleva al hombre a ser hombre de verdad. Hoy quizá muchos creen que “ser hombre” es ser una bestia musculosa capaz de vencer a otros “machos” (ser un “macho alfa”), o ser tan atractivo y galán que pueda acostarse con cuanta hembra desee. Eso no es ser hombre, sino ser “macho” como machos llamamos a los animales. Ser hombre de verdad es aprender a dominar no a los otros -por medio de la fuerza, el dinero, la manipulación, el “arte” de la seducción, etc.- sino dominarse uno a sí mismo, es decir, aprender a dominar los propios impulsos, pues éstos, si no se los restringe y se les da rienda suelta, si no se los orienta debidamente, causarán un terrible daño a los demás y a uno mismo.

Nuestros impulsos interiores, si se me permite una comparación, son como la energía que produce un reactor atómico: si se controla la fusión nuclear, es capaz de generar una energía que ilumina ciudades enteras. Pero si se sale de control, mata o causa serias deformaciones a los seres vivos que son sometidos a su radiación, además que torna infértil la tierra contaminada y radioactivo todo lo que entra en contacto con la radiación. Así es la persona que no aprende a dominarse a sí misma: se convierte en un desastre, e irradia ese desastre a quienes entran en contacto con ella.

La virtud lleva a la persona a comportarse verdaderamente como ser humano, a conducirse como tal. Para ello se necesita fuerza moral, coraje, hombría, excelencia (todo eso refleja la palabra latina “vir”).

Alcanzar la virtud de la castidad o pureza SÍ ES POSIBLE. Implica, eso sí, proponérselo seriamente y ejercitarse día a día en el dominio de los propios impulsos sexuales. No es fácil, pues iremos contracorriente todos los días. Quizá flaqueemos a veces y caigamos: hay que pedir perdón a Dios y volver a ponerse de pie, volver a la batalla de inmediato, sin ceder al desaliento.

Entendamos que los impulsos sexuales no son “necesidades que deben satisfacerse”, como hoy se le enseña a las masas informes. Son fuerzas que nos llaman a ser rectamente orientadas, para darle el uso y finalidad que Dios ha querido que tengan dentro del amor que están llamados a vivir el hombre y la mujer. Luchar por no “dejarse llevar”, dominarse uno a sí mismo para cuidar de la propia pureza y de la pureza de la persona amada, ¡eso es lo que hace verdaderamente hombre al hombre! ¡Eso es lo que hace verdaderamente mujer a la mujer! Y eso no solamente SE PUEDE, sino que es la verdadera necesidad: sin castidad, no podremos ser amados y amar verdaderamente, no seremos hombres y mujeres de verdad, no seremos verdaderamente felices.

¡Hagamos La Opción por vivir la Virtud de la castidad! Y pidámosle a Dios que Él nos fortalezca y sostenga en esta lucha por conquistar el amor verdadero por medio de la conquista de nosotros mismos!

P. Jürgen Daum, S.C.V.